En una alegoría escrita por un hombre, la Gran Recesión se presenta como un ente que comunica a los perdedores que lamenta sinceramente su destino, pero que las leyes económicas son implacables y deben adaptarse reduciendo las protecciones. El mensaje es claro: si buscas enriquecerte, debes estar dispuesto a asumir más riesgos. Este libro de economía política critica esta solución defectuosa a la crisis, destacando la implementación de «la economía del miedo» como un mecanismo de control social. El miedo, un aliado histórico del poder, adopta nuevas caras: ya no se trata solo de los miedos tradicionales, sino también del temor a los «otros», aquellos que compiten por empleos, la inseguridad económica y la creciente desigualdad de la riqueza. Existe un temor generalizado a que los representantes elegidos no puedan resolver los problemas públicos, ya que las decisiones son tomadas por entidades distantes, oscuras e impersonales, en lugar de por los parlamentos. El poder de los mercados ha aumentado considerablemente, como se resume en la caricatura del caricaturista El Roto: «Necesitamos asustar a la población para tranquilizar a los mercados».